La caída en el precio del petróleo aprieta la situación fiscal del Gobierno, justo en momentos en que empieza la discusión sobre la reforma tributaria.
Desde junio el precio del petróleo ha caído cerca de US$25 por barril; todo indica que el auge de los precios altos de los commodities está llegando a su fin. Lo más sorprendente es que la tendencia a la baja se está dando en un contexto geopolítico lleno de tensiones que, en el pasado, habrían disparado el precio: las dificultades en Ucrania y los conflictos en Siria e Irak hubieran sido suficientes para mantenerlo en niveles muy por encima de los US$100 por barril. Pero al cierre de esta edición se ubicaba en la frontera de los US$90 y en algunos momentos se llegó a transar hasta por debajo de US$88 el barril.
Varios factores están jugando en este entorno: el menor ritmo de crecimiento de China, el aumento en la capacidad de oferta de petróleo asociada a los no convencionales y el incremento enorme de la producción de Estados Unidos que le permitirán en el corto plazo autoabastecerse y convertirse en un país productor y exportador. Todo eso está cambiando el panorama. Además, los países miembros de la Opep, que hasta hace poco se caracterizaban por su disciplina, no han logrado ponerse de acuerdo para limitar su producción y así mantener los precios altos.
Por otro lado, las tendencias en el uso de energías alternativas están empezando a golpear la demanda de gasolina y otros derivados. Por ejemplo, el desarrollo de sistemas de transporte masivo alimentados por energía eléctrica y las apuestas de las grandes productoras de vehículos por desarrollar carros eléctricos se están convirtiendo en una tendencia mundial y empiezan a hacer mella en el campo petrolero.
Malas noticias
Todas estas son pésimas noticias para la locomotora petrolera colombiana. El fin de los precios altos del crudo tiene para nuestro país un impacto muy grande en varios frentes, en especial ahora cuando Colombia apenas está rasguñando una producción cercana al millón de barriles diarios; se supone que ya debería estar bordeando los 1,2 millones. Para completar, apenas empieza la discusión de la reforma tributaria para lograr tapar un hueco de $12,5 billones en el presupuesto nacional.
El primer impacto, sin duda, es el fiscal. Aunque se veía venir el fin de los precios altos del petróleo, no se esperaba que la caída fuera de la dimensión que se está viendo.
El Marco Fiscal de Mediano Plazo ya proyectaba que la renta petrolera se reduciría de manera muy fuerte: pasaría de 3,5% del PIB, a ubicarse entre 1,9 y 2 puntos en los próximos años. Pero esa perspectiva era bajo el supuesto de que los precios del petróleo se mantendrían en un rango entre US$97 y US$100 por barril.
Con precios como los de hoy, casi 10% por debajo de esas cifras, la situación puede ser muchísimo más compleja y las necesidades de recursos para cumplir con las metas y compromisos que tiene el Gobierno pueden ser incluso más apremiantes de lo que se ha planteado con la reforma tributaria que ya iniciaba su discusión en el Congreso.
Por cada dólar que caiga el precio del petróleo, el país deja de recibir cerca de $400.000 millones; es decir, una caída de US$10 a lo largo de un año en el precio del barril podría representar $4 billones en menos ingresos vía impuestos, regalías y dividendos. Aunque podría compensarse parcialmente con una depreciación de la tasa de cambio, que aumenta el valor en pesos de los ingresos del Gobierno, la situación puede ser apremiante, más aún cuando las metas de producción de petróleo no se han cumplido plenamente y no hay nuevos hallazgos que permitan reducir el riesgo de que las reservas puedan acabarse en 6 años. Hoy, las perspectivas en el corto y mediano plazo son inciertas en estos frentes, lo que agravaría la situación.
Los cálculos de Fedesarrollo dan la dimensión de las dificultades que se podrían avecinar: “hemos hablado de unas necesidades de financiamiento público de 2% del PIB que pueden subir, en un escenario de caída de precios del petróleo, al orden de 2,5% del PIB o incluso más. La reforma que está planteando el Gobierno genera unos ingresos de 1,5% del PIB y eso significaría que posiblemente se necesite otro punto adicional. Estamos hablando de otros $6 billones o $7 billones”, explica Leonardo Villar, director ejecutivo de Fedesarrollo.
En ese escenario, ¿estaríamos hablando el año entrante de otra reforma tributaria? “Aparentemente sí”, dice Villar, “porque el Gobierno parece haber decidido limitar la propuesta de este año a lo que ya planteó”.
La situación petrolera también podría agravar la situación de balanza de pagos del país. En el primer semestre de este año, pese a que el precio del petróleo estuvo en promedio muy cerca de los US$100 por barril, el déficit de cuenta corriente se acercó a 4,4% del PIB, muy alto, según los expertos, y estuvo cubierto por la inversión extranjera directa (IED). Pero ante la caída en el precio del petróleo, no solo se deterioraría el balance comercial sino que parte del financiamiento de ese déficit, que había sido con IED se reduce, porque esa inversión en parte corresponde a utilidades reinvertidas de las empresas del sector minero energético y, cuando esas utilidades se caen de manera importante, la magnitud de la inversión también se puede reducir.
“Si el precio del petróleo baja, ya no van a vender tanto en crudo ni minería y, si no hay suficiente inversión, no hay cómo financiar el déficit de cuenta corriente y la devaluación se va por las nubes”, le dijo a Dinero un banquero de inversión.
Además, según cálculos del mismo Gobierno, cerca de US$4.000 millones no se han ejecutado en inversión en el sector petrolero de las empresas que obtuvieron en las rondas de los años anteriores bloques de exploración, por las dificultades en materia de licenciamiento ambiental, problemas con las comunidades, ataques terroristas y hasta limitaciones operativas internas. Con un agravante: México, con su apertura en el sector energético, busca atraer más de US$11.000 millones en inversión petrolera en zonas que, a diferencia de Colombia, tienen probada la existencia de grandes reservas.
En materia comercial, las señales preocupan. Solo en agosto, las exportaciones de combustibles y productos de las industrias extractivas registraron una variación de -8,1%, que se explicó principalmente por las menores ventas de petróleo, sus productos derivados y conexos (-10,2%). En los primeros ocho meses del año, las exportaciones del grupo de combustibles presentaron una disminución de 1,3%. Un escenario de menores precios y menos producción puede ser muy complicado para el comercio exterior del país, que tiene casi 70% de sus exportaciones concentradas en combustibles y derivados del petróleo.
Finalmente, el crecimiento también podría verse afectado. “Hemos podido compensar la desaceleración del sector minero-energético con el crecimiento de la construcción de obra pública y edificaciones. Esa posibilidad de tener una política contracíclica que no han tenido otros gobiernos en la región nos llega en muy buena hora”, dice el economista Mauricio Reina.
Sin embargo, si bien Colombia es uno de los países con mejor tasa de crecimiento de la región, e incluso del mundo, creciendo mucho más que el promedio, verá nubarrones en la medida en que empiecen a reducirse los ingresos del sector público por el tema minero-energético, pues va a estar sobre el tapete la incertidumbre sobre la necesidad de más impuestos y la preocupación por la capacidad del Gobierno de mantener el ritmo de inversiones de los últimos años. En ese contexto podría darse un impacto indirecto sobre el crecimiento y su financiamiento.
“Eso nos lleva de nuevo a la reforma tributaria y a la inquietud de si el Gobierno va a poder conseguir la plata necesaria para financiar sus propias obras así como apalancar las 4G, más aún si se embolata la venta de Isagen el año entrante y además de eso no hay renta petrolera”, agrega Reina.
La coyuntura no es fácil para buscar recursos. Los astros que en los años anteriores estuvieron alineados, hoy se están empezando a descuadrar. A estas alturas del viaje, vale la pena preguntarse si llegó la época de las vacas flacas.