Según la mayoría de los analistas, la economía colombiana debería crecer a niveles del 5 por ciento en el 2014, convirtiéndose así en una de las más destacadas de América Latina, junto con las de Panamá y Bolivia. No obstante, el desafío del país no es el de ubicarse por encima del promedio regional, sino mantener una tasa de expansión que le sirva para crear empleo y mejorar las condiciones de sus ciudadanos.
A primera vista, ese objetivo va por buen camino. El buen ritmo del primer semestre -cuando, de acuerdo con el Dane, el Producto Interno Bruto tuvo un incremento del 5,4 por ciento- casi que lo garantizaría. En pocas palabras, solo basta mantener la inercia para conseguir los resultados esperados por muchos.
Lamentablemente, dicho anhelo no depende tan solo del impulso con que se cuente. Más de un especialista reaccionó con cierta preocupación tras los datos conocidos ayer, pues no solo la velocidad registrada en el segundo trimestre fue inferior en más de dos puntos porcentuales a la del primero, sino que hay síntomas que ameritan la atención de un Gobierno que se distrae más con los éxitos pasados que con los desafíos que tiene enfrente.
Por tal motivo, para que la locomotora no experimente un frenazo súbito o, peor aún, se descarrile, resulta indispensable cuidar que no haya sorpresas en la vía. Eso quiere decir que hay que guardar la dinámica de aquellas actividades que van bien, mientras se toman correctivos para darles una mano a las que flaquean.
En concreto, es fundamental que la construcción siga siendo el sector líder, a sabiendas de que el ramo de edificaciones no podrá mantener el ritmo de hace poco, tras haberse apoyado en los programas de vivienda popular. Ello implica que el ambicioso programa de infraestructura de la administración Santos, que hasta ahora se ha beneficiado de las mayores asignaciones presupuestales, asuma gran parte de la carga y que siga su marcha con el despegue efectivo del programa de vías de cuarta generación, más conocido como el 4G.
En otras palabras, no solo la firma de contratos con las empresas que han ganado los concursos celebrados hasta la fecha debe continuar, sino que se requiere que los procesos que faltan se completen. Esto comprende aspectos tales como el otorgamiento de las licencias ambientales o el cierre financiero que es fundamental para que fluyan los recursos con los cuales se podrán comenzar las obras.
Junto a ese requisito fundamental, hay asuntos que merecen atención. El primero es evitar que el terrorismo vuelva a golpear la actividad petrolera con un impacto equiparable al visto entre abril y mayo pasados. Justo en momentos en que las cotizaciones del crudo tienden a la baja, lo que menos se necesita es que la producción interna se caiga por cuenta de los atentados dinamiteros.
También es clave identificar qué sucede en los renglones agropecuarios. Es verdad que la reactivación de la cosecha cafetera ayudó mucho en su momento, pero ahora que el efecto de la mayor producción empieza a pasar son muchas las actividades que muestran un rezago, justo cuando el presupuesto público para el área alcanza un máximo histórico.
Tampoco se puede desconocer que la industria continúa en problemas. No solo tuvo lugar una contracción en el segundo semestre, sino que las cifras observadas en julio son tan pobres que resulta insólito que el Gobierno las celebre con bombos y platillos. Negar la crisis sirve un tiempo, pero no evitará tener que enfrentar la verdad tarde o temprano.
Así las cosas, es de esperar que el Ejecutivo le haga a la economía aquello que los expertos conocen como la prueba ácida. Esta consiste en mirar de manera descarnada lo que está pasando y apretar tuercas tanto aquí como allá. De lo contrario, nos esperan sorpresas desagradables que pueden ser evitadas con una dosis de realismo, cuando todavía hay tiempo para que funcione.
Ricardo Ávila Pinto