Abrupto final

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El nuevo equipo ministerial debe crear confianza, garantizar el diálogo e impulsar la concertación en las reformas que hoy transitan en el Congreso.

Ayer el presidente de la República, Gustavo Petro, resolvió la crisis de gabinete con la remoción de siete de los 18 ministros y la designación de un nuevo director del Dapre. Generado por las dificultades en el trámite del paquete de reformas por la coalición gobiernista, el recambio en la primera línea de la administración Petro llegó con una sorpresa: la salida del ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo.

El relevo en la cabeza del equipo económico del Gobierno no estaba dentro de las cuentas de los gabinetólogos, más concentrados en los miembros que representaban a los partidos políticos ‘rebeldes’ en el debate de la reforma a la salud. De hecho, Ocampo era considerado tanto un primus inter pares dentro del gabinete como una voz veterana y experimentada en la relación con los mercados y los empresarios.

En múltiples ocasiones, el saliente jefe de las finanzas públicas incluso constituyó, junto con otros funcionarios hoy también fuera del Gobierno como Cecilia López y Alejandro Gaviria, un valioso contrapeso para el ala más radical del equipo ministerial. En la compra de tierras, en el papel de la exploración de hidrocarburos, en el costo fiscal de las reformas, entre otros temas, Ocampo se convirtió en un actor de sensatez en la política pública y de prudencia en materia fiscal y de gasto público, aún en contravía de las afirmaciones del propio presidente Petro.

Dentro del balance de la gestión de Ocampo se destaca la aprobación de una de las reformas tributarias con un recaudo más alto de los últimos años. No obstante, cabe asimismo recordar el duro impacto que varias de esas medidas fiscales han venido teniendo sobre sectores específicos como el petrolero, el minero-energético, entre otros. Los ocho meses de José Antonio Ocampo como líder del equipo económico del gobierno estuvieron caracterizados por una disparada de los precios y la inflación y por una tensión permanente entre el Ejecutivo y los gremios y los sectores productivos por una constante sesgo antiempresarial.

Más aún, el hoy ex ministro de Hacienda sirvió como un valioso puente entre las visiones más radicales del Ejecutivo y las preocupaciones de los mercados, los actores internacionales y el sector privado. Haber caído dentro de esta crisis ministerial, desatada por la fractura de la coalición parlamentaria, no le hace debida justicia al papel que tuvo Ocampo en liderar la política económica del primer gobierno de izquierda en Colombia.

Por esas razones, y otras más, el abrupto final del paso de Ocampo por el ministerio de Hacienda regresa al país y a la economía a la incertidumbre que marcó la segunda mitad del año pasado. Su remplazo, Ricardo Bonilla, enfrenta el reto inmediato de enviar sendos mensajes de confianza y de disciplina en el futuro manejo de la economía colombiana, en especial en medio de la actual desaceleración.

Si bien en una de sus primeras declaraciones Bonilla se comprometió a “mantener la estabilidad macroeconómica”, sería conveniente una ratificación de su parte acerca del compromiso con la regla fiscal, el respeto a la independencia del Banco de la República y de la claridad en la importancia de los recursos de los hidrocarburos en las finanzas públicas y el desarrollo regional.

El gobierno Petro atraviesa por un difícil momento en su popularidad y aceptación de sus políticas, de acuerdo a la más reciente encuesta Invamer. El nuevo equipo ministerial, y en especial Ricardo Bonilla, deben crear confianza, garantizar el diálogo e impulsar la concertación en las reformas que hoy transitan en el Congreso.

FRANCISCO MIRANDA HAMBURGER
framir@portafolio.co
​Twitter: @pachomiranda 

Fuente: 
Portafolio

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031 – 2022

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